El pelado treintañero, con sus dientecitos para afuera, su complejo de inferioridad y su deseo de haber nacido en un país importante, no como este que es una mierda, hoy está particularmente espeso.
Se pasó toda la mañana hablando de lo que iba a comprar en Miami en su próximo viaje, de lo barato que resulta acceder a objetos de tecnología de punta y de lo lindo que sería que vuelva el 1 a 1.
Si bien ya aprendí a convivir con cipayos defensores de la década infame, lo que me resulta insoportable es otra cosa: Escucharlo reir a carcajadas a él y a su séquito tras decir que el asiático es la involución del mono mogólico.
Juro que si no fuese por tener que pagar el alquiler y la facultad, arriesgaría mi trabajo y le partiría la cabeza con un objeto totalmente desconocido para él: un libro.
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